Invasión de botijos!!!!!!
¿UN BOTIJO EN UN MUSEO?
Humilde puchero artesano, diseño anónimo de allende otros tiempos, el tan conocido y a la vez despreciado botijo ocupa en los Museos de Artes y Tradiciones Populares un lugar de honor, enmarcado en vitrinas de última tecnología e iluminado por focos como si fuera la mismísima Dama de Elche. Pariente pobre de cráteras griegas, lozas doradas, porcelanas chinas y cerámicas de Manises, el botijo ha sido compañero de fatigas inseparable de muchas generaciones de españoles, de cuyo pitorro han saboreado un agua siempre fresca y terrosa, refresco indispensable para el arduo laboreo durante las tórridas horas del verano.
¿Un botijo en un Museo? Se sorprenderán algunos y se sonreirán los más, pensando en que chalado está el mundo y cuánto dinero del contribuyente se gasta en cosas baladís. No ¡decenas! Decenas de botijos de todas las formas, colores y tamaños, que desde su puesto en la vitrina, parecen reivindicar el lugar que les corresponde en la historia, en la que siempre han sido relegados a mera cacharrería pueblerina, tosco barro paleto, en definitiva, compañero de trabajo de arrieros, jornaleros, campesinos, obreros de la construcción y demás sediento proletariado.
¿Es justa esta visión? ¿qué se puede ocultar de noble en el simple barro amasado y cocido?. Cómo es frecuente en esta vida, no siempre vemos lo que tenemos delante, y hasta el objeto más insignificante merece, transponiendo a nuestro modo lo que alguien dijo en cierta ocasión, sus bien ganados minutitos de gloria. Así que doblemos el riñón, cojamos tan modesto cacharro y dediquémosle una mirada más detenida pues bien podría revelarnos más de una sorpresa.
Y es que ya el mismísimo Pericles en la antigua Grecia pudo refrescarse el gaznate usando el askoi, un tarataratabuelo de nuestro protagonista, y desde luego parece ser que los legionarios romanos bebían de un cacharro denominado butticula al tiempo que excursionaban en pleno arrebato imperialista.
De aquellos ilustres antepasados nos ha quedado un retoño humilde pero muy apañado. Es el botijo una pieza generalmente grosera y utilitaria, de diseño muy conocido, en el que su característica más peculiar lo constituyen sendos apéndices, la boca de relleno y el pitorro, mas un asa o agarradera de múltiples formas y dispuesta generalmente en sentido transversal. Su peculiar virtud consiste en mantener fresca y deseable el agua que en su recipiente almacena, y sin pilas ni enchufes oiga, cosa que parece de maravilla en estos tiempos de crisis energéticas.
Proviniendo de un país tan múltiple y diverso como el nuestro, evidentemente el botijo presenta una variedad de formas, decoraciones y usos tan amplia como variopinta: botijos de rosca, botijos trampa, coronados, de gallo, de nevera, antropomorfos, etc., y nos atreveríamos a decir que pocos objetos de origen tan humilde han sufrido una mayor atención a lo largo de nuestra historia, hasta el punto que se puede afirmar que cada región de España tiene sus bailes, sus trajes y sus botijos. Dime de qué botijo bebes y te diré de dónde eres.
Se suele decir que en la variedad está el gusto, y estamos seguros de que el sabio que pronunció tan acertada máxima se echó un trago de botijo tras su razonamiento, pues en el caso de nuestro cacharro no pudo estar más acertado. Pasen y vean, y asómbrese ante tamaña diversidad. Junto a la más soberbia horterada typical spanish que jamás alguien pudiera concebir, podemos encontrar piezas sinceras y humildes, producto de una artesanía en extinción cuyas técnicas y decoraciones se llevan repitiendo durante siglos, siempre a la sombra de esa otra cerámica tan fina dedicada a embellecer las casas de los pudientes y para la cuál siempre habrá sitio en los museos.
Así que ya sabe, después de aprendida esta lección, dedique unos minutos a contemplar a su viejo cacharro de arcilla con ojos tiernos. Creanme: por unos segundos el se sentirá tan a gusto como una porcelana del Buen Retiro.
Humilde puchero artesano, diseño anónimo de allende otros tiempos, el tan conocido y a la vez despreciado botijo ocupa en los Museos de Artes y Tradiciones Populares un lugar de honor, enmarcado en vitrinas de última tecnología e iluminado por focos como si fuera la mismísima Dama de Elche. Pariente pobre de cráteras griegas, lozas doradas, porcelanas chinas y cerámicas de Manises, el botijo ha sido compañero de fatigas inseparable de muchas generaciones de españoles, de cuyo pitorro han saboreado un agua siempre fresca y terrosa, refresco indispensable para el arduo laboreo durante las tórridas horas del verano.
¿Un botijo en un Museo? Se sorprenderán algunos y se sonreirán los más, pensando en que chalado está el mundo y cuánto dinero del contribuyente se gasta en cosas baladís. No ¡decenas! Decenas de botijos de todas las formas, colores y tamaños, que desde su puesto en la vitrina, parecen reivindicar el lugar que les corresponde en la historia, en la que siempre han sido relegados a mera cacharrería pueblerina, tosco barro paleto, en definitiva, compañero de trabajo de arrieros, jornaleros, campesinos, obreros de la construcción y demás sediento proletariado.
¿Es justa esta visión? ¿qué se puede ocultar de noble en el simple barro amasado y cocido?. Cómo es frecuente en esta vida, no siempre vemos lo que tenemos delante, y hasta el objeto más insignificante merece, transponiendo a nuestro modo lo que alguien dijo en cierta ocasión, sus bien ganados minutitos de gloria. Así que doblemos el riñón, cojamos tan modesto cacharro y dediquémosle una mirada más detenida pues bien podría revelarnos más de una sorpresa.
Y es que ya el mismísimo Pericles en la antigua Grecia pudo refrescarse el gaznate usando el askoi, un tarataratabuelo de nuestro protagonista, y desde luego parece ser que los legionarios romanos bebían de un cacharro denominado butticula al tiempo que excursionaban en pleno arrebato imperialista.
De aquellos ilustres antepasados nos ha quedado un retoño humilde pero muy apañado. Es el botijo una pieza generalmente grosera y utilitaria, de diseño muy conocido, en el que su característica más peculiar lo constituyen sendos apéndices, la boca de relleno y el pitorro, mas un asa o agarradera de múltiples formas y dispuesta generalmente en sentido transversal. Su peculiar virtud consiste en mantener fresca y deseable el agua que en su recipiente almacena, y sin pilas ni enchufes oiga, cosa que parece de maravilla en estos tiempos de crisis energéticas.
Proviniendo de un país tan múltiple y diverso como el nuestro, evidentemente el botijo presenta una variedad de formas, decoraciones y usos tan amplia como variopinta: botijos de rosca, botijos trampa, coronados, de gallo, de nevera, antropomorfos, etc., y nos atreveríamos a decir que pocos objetos de origen tan humilde han sufrido una mayor atención a lo largo de nuestra historia, hasta el punto que se puede afirmar que cada región de España tiene sus bailes, sus trajes y sus botijos. Dime de qué botijo bebes y te diré de dónde eres.
Se suele decir que en la variedad está el gusto, y estamos seguros de que el sabio que pronunció tan acertada máxima se echó un trago de botijo tras su razonamiento, pues en el caso de nuestro cacharro no pudo estar más acertado. Pasen y vean, y asómbrese ante tamaña diversidad. Junto a la más soberbia horterada typical spanish que jamás alguien pudiera concebir, podemos encontrar piezas sinceras y humildes, producto de una artesanía en extinción cuyas técnicas y decoraciones se llevan repitiendo durante siglos, siempre a la sombra de esa otra cerámica tan fina dedicada a embellecer las casas de los pudientes y para la cuál siempre habrá sitio en los museos.
Así que ya sabe, después de aprendida esta lección, dedique unos minutos a contemplar a su viejo cacharro de arcilla con ojos tiernos. Creanme: por unos segundos el se sentirá tan a gusto como una porcelana del Buen Retiro.
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